sábado, 23 de julio de 2011

Los planetas de Holst : Génesis


Santiago deja por un tiempo la narrativa (cuatro novelas son mucho que contar), o podemos decir que hace un alto, y se pone a componer un poemario con la astrofísica, la mitología y la música como excusa, pero para contar lo que a él le apetece, como siempre. Nos sorprende su habilidad para hablar del sentimiento humano sin sentimentalismos. Para hablar de la Humanidad sin salir del Sistema Solar. Para trascender sin religiosidad. Una sorpresa (para algunos, lo será).


Antes de la nada fue la nada
y cuando ésta desapareció
una cabeza de alfiler la sustituyó
en un embarazo fulgurante
donde todo cupo en un parto
de fuegos artificiales que rellenó
el vacío absoluto.

Primero fue la formación de los átomos,
enanos gigantescos,
núcleos diminutos
que esclavizaron a los electrones
obligándoles a unirse entre sí.
En breves nanosegundos
Mendeléyev vio su obra cumplida;
la magia de Pitágoras creo sosias
en la caverna de Platón;
Lucrecio pudo finalmente
escribir De Rerum Natura;
Newton dio eterna satisfacción
a su genialidad contrastiva,
Max Planck inventó gateras
para gatos negros y gatos blancos;
Einstein destruyó el tiempo
y la materia se contrajo.

Todo ello en un nada de tiempo,
naturaleza feraz y feroz,
rápida en su creación,
lenta en su expansión.
De entre las nubes de átomos,
protones, fotones, quarks,
nacieron los elementos pesados,
los livianos y los invisibles.
Surgieron las leyes de la física,
de la química ancestral
que dieron lugar a la
leche materna,
galaxias preñadas de estrellas y planetas.

Hágase la luz,
paradójico deseo,
extraña orden,
pues es lo único que existía
antes de la nada
y lo único que existió
después de la nada.
Las galaxias se separaban
y se hizo la oscuridad
interestelar,
interplanetaria,
plagada de agujeros negros,
negrura insumisa
en sus ciclos de ceguera solar
e invidencia planetaria;
rayos infrarrojos,
rayos ultravioletas,
efecto Doppler arcoirisado.

Una parte de luz y dos de calor;
dos partes de hidrógeno y una de oxígeno:
la materia dura y oscura
devino blanda,
inestable,
perecedera,
triste evolución sin retorno
o de retorno a la estabilidad,
a lo imperecedero,
a la dureza, a la inmensa eternidad.

Antes de la vida era la materia inerte;
después de la vida era la materia inerte.
Un sólo instante físico-químico
llevó la materia al sufrimiento:
evolución pasajera de cambios,
destino: la materia que tanto
miedo nos procura y nos vuelve
locos
sin el dolor de la mutación.
Galaxias que se forman,
ga-lactos de madre que se agota.

Una galaxia más, excéntrica en su órbita,
un billón de estrellas incomunicadas,
un sol con nueve hijos
en un extremo incógnito:
nadie sabrá nunca de nosotros,
¿quién conocerá nuestros rostros?
¿qué importancia tiene tal hecho
si vivimos cara a nuestro interior
de pueblerinos sin más miras
que vivir sin dolencias?

Es el Camino de Santiago,
mi camino salpicado de estrellas:
cada una de ellas nos obliga a tomar
un nuevo rumbo
para ganar y merecer
el jubileo
que nos hace creer inmortales.

Dos generaciones de estrellas pasaron,
ocho mil millones de años quedaron atrás;
una masa de pecios en abundancia,
metales pesados para una nube de elementos,
alimento para una pequeña estrella,
amarilla en el zenit, roja en su atardecer,
toda ella gas, madre amamantísima
que alimenta a sus nueve crías
con suelo firme y tenue atmósfera.

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