lunes, 5 de marzo de 2012

Introducción a Agradecimientos

Sigmund Freud en 1926.


Yo diría que lo que más llama la atención en Agradecimientos es su original estructuración. En efecto, Agradecimientos es el apéndice de una novela llamada Manual del buscador de oro que no existe, o que, al menos, el lector no ha leído, con lo que este apéndice toma su lugar y se convierte en la verdadera novela. ¿De qué manera? Muy simple: el autor, como en tantos y tantos libros, agradece a una serie de personas que le hayan ayudado en su concepción, en su elaboración, en corregirle las faltas de sintaxis o de ortografía, en definitiva, en lo que sea. Y lo hace a través de poner su nombre en lo alto de la página y abrir un pie de página, que ocuparía ya no el bajo de la página sino casi toda ésta. A partir de este momento comienza la suplantación: un apéndice meramente insulso, obligatorio y sin apenas interés se convirte en una novela que cuenta tres tramas en tres épocas diferentes y lo hace con tal fuerza que el autor se convierte en el protagonista, que comienzan a coexistir personajes reales e imaginarios sin que se pueda saber quién pertenece a cada una de estas dos categorías, que se relatan hechos en los que la fina línea entre ficción y realidad queda totalmente desdibujada y sin posibilidad de comprobación.
Cierto es que esta fórmula de contar, que tiene algunos precedentes, muy pocos, en la literatura del siglo XX, se agota con una facilidad pasmosa, pues no se puede pretender estar mareando al lector continuamente como si de un juego se tratara, cuando resulta que no es un juego, cuando resulta que es un reflejo bastante aproximado de nuestras vidas y luego veremos porqué. Y si la fórmula se agota, hay que cambiar de estrategia. Se supone que los agradecimientos forman parte de esa primera edición de esa novela imaginaria. Pues bien, el éxito es tal que la editorial se propone hacer una segunda y una tercera edición para dar cabida a que los personajes citados en los agradecimientos puedan dar su opinión sobre los hechos relatados por el autor y protagonista. Y ahí comienza la segunda parte de la novela, ya que toda cara tiene su cruz, y la editorial y el autor empiezan a recibir cartas de los agradecidos. Éstos parecen no estar de acuerdo con lo que el autor ha escrito, a veces parcialmente, a veces totalmente y otras veces de forma excluyente. El escándalo, en esa realidad que supone Agradecimientos, va subiendo de tono y se impone una tercera edición en la cual ya no es cuestión de tratar si tal hecho fue real o ficticio, si determinada historia es una mentira o es la verdad. No, ahora, simplemente, se duda de la propia autoría de la novela y, lo que es más grave, se pone en tela de juicio si el propio autor existe o no existe. No contaré el desenlace final, aunque es necesario decir que es preciso que sea como es para dar por agotada, también, esta fórmula epistolar.

Antes me refería a que la novela puede ser tan real o más que la vida misma; desde luego, entiendo por realismo no la novela decimonónica que nos situaba en un tiempo, en un lugar y con unas gentes entre las que destacaba el protagonista en torno al cual giran todas las historias. No, yo me refiero a nuestras vidas reales, donde la realidad se nos presenta la mayor parte de las veces obtusa, sin mucho sentido, desorganizada, una vida en la que gastamos gran parte de nuestras energías y tiempo en ordenarla y en extraer conclusiones que nos ayuden a comprenderla algo mejor. Y el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo es nuestro autor y protagonista que, por otra parte, soy yo mismo, el que ahora les habla. Y yo tengo, como cada uno de ustedes, de los que me escuchan, una vida que vivo conforme a un pasado que yo mismo he ido creando: cada cual es como se ha ha hecho a sí mismo. Yo soy el yo de la novela, empleando la terminología freudiana. Además, nadie parece verme como yo me veo a mi mismo, cosa que también nos configura, y acabo siendo también el otro, siempre en términos del psicoanálisis, ese otro yo donde viven agitadamente mis deseos y pasiones, mis actos y mis pulsiones. Todo esto tiene lugar, siempre igual que en la vida de cualquiera de nosotros, en una realidad, en un tiempo, en un espacio, en unas circunstancias. Todo ese entorno es el descrito en Agradecimientos, que se conformaría de esta manera como el super-yo freudiano, quedando, así, cerrado este círculo psíquico y dando, de esta manera, a la novela, un carácter totalmente realista, y donde, además, la literatura, es decir, sus formas literarias, se crean a partir del contenido vivencial y nunca al revés, lo que sería un juego deshonesto para con el lector.

Hasta tal punto se produce una confusión en nuestra novela, como en nuestras vidas, que hay lectores de mi novela que han indagado para saber si de verdad yo había estado alguna vez mezclado en un asesinato. O hay quien duda, dentro de mis propios hermanos, si yo huí a Francia perseguido por la policía y por eso aprendí francés. O hay quien no sabe si tengo gato o bien es un tigre, porque a veces se llama Pluma y otras veces Flecha; no desvelaré el misterio de mi felino -que se excusa ante ustedes por no haber podido asistir a esta cita- ya que tiene su lógica y la solución se encuentra en la última página. Hay quien me ha preguntado también si de verdad me acostaba con la mujer de un juez, o si tenía relaciones con todo aquello femenino que se movía, o bien si simplemente nací en Palencia o en Valencia: reconozco que aquí la duda es razonable, ya que la diferencia es sólo una primera consonante y seiscientos y pico kilómetros.

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